“La Puerta de España”

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Entrando por tierras lusas, y luego de cruzar el Guadiana, topas de frente con la “Puerta de España”, la ciudad de Ayamonte, y en ella, su antigua villa, enclavada en el lugar más cercano al sol, allá en lo alto, donde es más defendible, y se dominan los bellos paisajes que la rodean.
Construida en un altozano, junto al añejo Castillo de Ayamonte, nos encontramos la Iglesia Parroquial de nuestro Señor, San Salvador. Esta zona fue el primitivo núcleo de la ciudad, y la iglesia y el castillo, fueron los principales edificios de lo que fue la villa medieval de Ayamonte.
Tras la caída de Mértola, a manos de las tropas cristianas, el poder de los musulmanes, en el suroeste de la Península Ibérica, se empezaba a debilitar. En pocos años, se empezaron a conquistar zonas como Alájar, Ayamonte, Huelva, y Algarve, y esto no hacía más que acrecentar la rivalidad entre la corona de Castilla y el reino de Portugal, cuyo Rey, Sancho II, conquistó Ayamonte, en manos musulmanas, en 1239. Luego, esta ciudad fue cedida, por el Rey, a la Orden de Santiago, y después de varios acontecimientos, pasó a manos de la corona de Castilla, durante el reinado de Alfonso VI, quien les concedió estas tierras a los Pérez de Guzmán, convirtiéndose en los Condes de Ayamonte. No fue hasta el reinado de los Reyes Católicos, que estos les otorgaron el título de Marqueses de Aya-monte. Después de la reconquista, la población de la ciudad fue creciendo, y se vieron en la necesidad de construir una parroquia que estuviera fuera del castillo, ya que fue en los alrededores de esta fortaleza, donde se fueron construyendo las viviendas. Dicho templo, la Parroquia de San Salvador, fue construido en el siglo XV, en torno a 1400, sobre las ruinas de un antiguo templo, posiblemente la mezquita de la villa durante la dominación musulmana.
La iglesia fue construida en estilo Mudéjar, siguiendo el estilo de la típica iglesia sevillana, de la alta Edad Media, con claras influencias artísticas islámicas. Del antiguo templo en ruinas, solo se conserva el primer cuerpo de la torre.
Éste, como todos los edificios de la época, sufrió el terremoto de Lisboa, de 1755, donde se desplomó la torre, y las columnas se doblaron y se hundieron. Como curiosidad, al día de hoy, aun se pueden observar las columnas dobladas y hundidas.
Mientras caminaba por las adoquinadas y estrechas calles de la villa, que de una forma u otra garantizan siempre la sombra para los transeúntes, con sus balcones coloridos y adornados con cientos de flores, encontré a una bella joven, que con su pequeña hija, tomaban el fresco en la puerta de su casa, y que, amablemente, se brindaron a saciar mi sed, provocada por el sube y baja de sus cuestas.
Carmen y su linda niña Sofía, me hablaron con tal orgullo de su villa, lugar donde nacieron y crecieron, que me obligó a pensar que un solo artículo no alcanzaría para hablar de ésta. Me hizo pasar a su pequeña, pero peculiar y antigua casa, toda azulejada al más típico estilo andaluz, y su vieja chimenea, que guardaba para mi una sorpresa, pintada en la pared una típica calle de su querida villa, donde predominaban el pozo y la cruz, a los cuales dedicaremos un capítulo.
La bella Carmen y su niña, me acompañaron a conocer la antigua Casa Cuna, lugar hoy bien conservado y digno de visitar, gracias al esfuerzo de sus vecinos.
No podía ocultar su orgullo, me habló del Colegio Galdámez, lugar donde estudió la gran mayoría de los nativos de la villa, y donde hoy estudia su niña. Me habló de sus fiestas locales, pero me contó tanto, que también quiero dedicar un capítulo a ello, dedicaré una serie entera de artículos que llamaré: “Postales de Ayamonte”, donde trataré de trasmitir todas las historias que me cuentan sus pobladores. Me despedí de ellas, con el compromiso de reen-contrarnos para que me contaran más. No quise continuar mi recorrido de hoy, sin pasar nuevamente por la iglesia parroquial, con su torre coronada por el nido de una familia de cigüeñas, cuando me encontré con una joven mujer que vigilaba a su niña, que jugaba con su muñeca en el parque que la precede. Le pregunté si era de Ayamonte, y amablemente, me respondió que sí, que era nacida y criada en la bella villa. María, su niña, se acercó y acarició su vientre, como saludando al hermanito que pronto llegará. Ángela me contó que el reloj de la torre fue, por muchos años, el único de la ciudad, y por ende, el que todos escuchaban a las horas exactas.
Me hizo ver que sus empinadas cuestas dan la posibilidad de divisar desde la mayoría de sus calles, las tranquilas aguas del caudaloso Río Guadiana, y el ir y venir de sus veleros y barcos pesqueros, lo que la hace una ciudad luminosa y fresca.
Ángela también me habló de la nobleza de sus habitantes, la facilidad para relacionarse, la pureza de su gente, y su alegría natural, de cómo muchos viven aun con las puertas abiertas, prestos a servir a todo el que pasa, y, por supuesto, de sus lindas tradiciones, de las que poco a poco iremos contando.
Me di cuenta de que no hacen falta historiadores si nos encontramos a personas como Carmen y Ángela, amantes de su terruño y de sus tradiciones, orgullosas de haber nacido, precisamente, en la villa de Ayamonte, más conocida como la “Puerta de España”.

Por: Erasmo Lazcano López
*Máster en Ciencias

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