“Los recuerdos duermen sobre la piedra”

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Dicen, y no es mentira, que la juventud es la parte de la vida que más se recuerda en el resto de ella, será porque es el momento en que, totalmente consciente, sientes dentro de ti esa revolución hormonal que, como caldera de agua hirviente, te empuja a dar los primeros pasos “solo”, al mundo exterior, romper el cascarón, empezar a tomar conciencia, sin los criterios ni la compañía de papá y mamá, quizás sea el momento en que sientes que te salen alas y te lanzas a volar, sin miedo, aunque sepas que existe la posibilidad de caer y hacerte daño, pero no temes, pues adviertes que esas caídas también enseñan.
En ese vuelo se unen a ti personas de tu edad que, al igual que tú, también estrenan alas, y juntos asumen y vencen todos los riesgos, comparten momentos de alegrías y tristezas, de soles y lunas, de sombras y luz, y sin esperar nada a cambio, lo dan todo. En esa etapa no son importantes la riqueza o la pobreza, el nivel social que cada cual, por razones familiares, tenga; es la etapa del amor puro, de la entrega total, y la amistad es sincera, y todos la guardamos en el corazón, y la llevamos con recelo, como en una gaveta, que defiendes a capa y espada por el resto de la vida, de ahí surgirán los primeros amores, que pocas veces triunfan y se mantienen en el tiempo, pero que recuerdas con especial cariño y ternura, pues sabes que esos nunca están permeados de codicias, intereses, etc. , que fueron en estado puro del alma, y su ingenuidad siempre la recuerdas pura ante ti, es la etapa donde eres capaz de elegir tus amistades e ir depurando con quiénes quieres o no compartir tu tiempo, y así poco a poco vas eligiendo el grupo con quien quieres escribir tus primeras historias, maldades, aventuras, momentos buenos y malos, que ya se convertirán en importantes anécdotas, que siempre se narrarán en momentos de reencuentros y que inexorablemente serán parte de la historia de la vida de cada uno, que hasta tus hijos y nietos se reirán cada vez que se cuenten.
Las amistades de esos años siempre serán especiales, para ellas, ni el tiempo ni la distancia cobrarán importancia, tampoco países, religiones o ideologías, pues todo eso no se tuvo en cuenta cuando se forjaron, a esas edades solo se ve lo esencial, como decía el Principito, veíamos y valorábamos no con los ojos, sino con el corazón.
La secundaria básica, el preuniversitario y la universidad, aportarán siempre más del sesenta por ciento de las personas que serán inolvidables, de las que siempre quieres saber y tener alguna conexión, con las que te gustaría compartir en todo momento, llegas a sentirlos tan cercanos, que los percibes en un estatus superior al de amigo, muchas veces como un primo o un hermano, y en el que el tiempo también juega su papel, y un día te das cuenta que pasó, pero que los recuerdos duermen sobre una piedra, que son tan fuertes que nadie los destruye, están ahí para todos y que solo basta con revivir las llamas del reencuentro para que broten como manantial, y se llene un río con ellos.
Este último año he tenido que rejuvenecer por lo menos diez años, quizás mi bella esposa se haya percatado cuán importante es esto para mí, ya a mi edad, y sin que nadie se lo pidiera, ha favorecido el reencuentro con amigos/hermanos. Primero con el Lusson, quien después de muchos gratos momentos, compartí con él quizás sus años más difíciles, luego de un brutal accidente me convertí en el motor humano de su silla de ruedas, veinticuatro por veinticuatro horas a su disposición, cosa esta que hizo que su querida familia sea también la mía, en especial su hermana Yacke, que ya es más hermana mía que de él, y su mamá, que me cuidaba como si hubiera sido un hijo más.
Luego, mi querido hermano Raciel, con el que siempre anduve desde la secundaria, nuestras madres nos asumían como hijos de ambas, Raciel es la persona con quien más historias y maldades tengo almacenadas en la gaveta de los secretos, y al que siempre quiero ver. Más tarde con Ramón, el Mongui, la persona bendecida por el Dios del humor, un tipo al que le brota amor y humor por los poros, pero a la vez, de una finura e inteligencia inusual, com Mongui compartí escenas en teatros e improvisados escenarios, en todos dejamos a las personas arrastrándose de la risa, pidiéndonos más actuaciones, fue a su lado que me enteré de que yo era un tipo gracioso.
Ayer, mi esposa me invitó a cenar, noté que se demoraba más de lo habitual para pedir, pensé que se entretenía demasiado con nuestro pequeño príncipe, cuando, de pronto, alguien irrumpió en mi mesa, sentí que en la piedra donde duermen los recuerdos, el manantial volvía a echar agua, allí, luego de más de treinta años, apareció la imagen de Idalmis, acompañado de su especial esposo, la mejor de las amigas del grupo, la incondicional y más alegre, la que nunca dijo no a nuestras locuras, la que más bailaba y reía, la bella Idalmis, después de tanto tiempo, que comprobé que es a la vez tan corto, y como si estos treinta añitos se redujeran a un instante, nos abrazamos con el mismo cariño, como si hubiera sido anoche que la dejé de ver después de la recreación, y la hubiese saludado en la mañana, cuando nos alistábamos para la gimnasia matutina.
Ella y mi esposa, a la que tanto le agradezco estos encuentros, hicieron que despertaran “los recuerdos que duermen sobre la piedra”.

Erasmo Lazcano Lopez*

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*Máster en Ciencias

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